16 de abril de 2010
La paradoja de Abilene
Seguramente muchos de vosotros conocéis la experiencia de viajar con un grupo de amigos y sabéis lo difícil que puede ser organizar la ruta de cada día y ponerse de acuerdo en los sitios a visitar. Cada uno tiene sus preferencias y consensuar un programa a gusto de todos puede ser bastante complicado, por lo que no es raro que al final uno acabe accediendo a las propuestas del que lleva la voz cantante, simplemente por no discutir y poder salir del hotel y empezar a ver algo. Pero todo sea por preservar la armonía del grupo y no dar la nota, aunque el resultado final nos resulte claramente insatisfactorio.
El caso extremo de esta situación es el que a modo de anécdota se describe en la llamada Paradoja de Abilene. La historia comienza con una familia tejana sentada en el porche de su casa, en una calurosa tarde de verano. Alguien sugiere un viaje a Abilene, una ciudad que está relativamente lejos. Aunque nadie quiere ir, todos piensan que los otros sí quieren y por lo tanto acceden. El viaje resulta agotador y polvoriento y una vez allí no hay nada interesante que hacer, así que la familia decide volver. De regreso, todos descubren con asombro que en realidad a nadie le apetecía el viaje.
También en las organizaciones se da muchas veces la situación descrita en relación con el funcionamiento y la toma de decisiones en los equipos directivos. Existe un trabajo clásico de Irving Janis en Estados Unidos que analizó acuerdos de grupos políticos de élite y su impacto en algunas debacles americanas históricas, como la invasión de la Bahía de Cochinos o el ataque bélico a Pearl Harbor. Janis comprobó que en esos y en otros casos parecidos, se había impuesto lo que denominó el pensamiento de grupo o búsqueda de la conformidad y el consenso prematuro en la toma de decisiones. El pensamiento del grupo presiona a sus miembros y estos acaban actuando de forma opuesta a sus intereses individuales, de manera que el grupo continua conscientemente con su desacierto, dado que nadie está dispuesto a dar el primer paso y expresar su objeción.
El pensamiento de grupo es gregario y genera decisiones mediocres. Por el contrario, el conflicto organizado facilita el intercambio de información y permite acceder a una gama más completa y variada de alternativas y soluciones. Adicionalmente, si resulta que el grupo es diverso en su composición, el efecto positivo del conflicto se potencia y con ello la posibilidad de dar vida a actuaciones más eficaces.
Sin embargo, en la práctica el conflicto es menos frecuente entre los equipos de lo que cabría esperar. El acuerdo aparente subyace en muchas decisiones que se toman a pesar de existir divergencias de opinión encubiertas que, tarde o temprano, acaban saliendo a la superficie, generalmente en el momento menos oportuno. La disidencia es molesta y las personas con voz y opinión propia pueden ser tachadas de poco cooperativas. Muchos temen también que los conflictos conceptuales degeneren en una animosidad personal, lo cual no deja de ser cierto algunas veces, sobre todo en nuestro país, en donde tenemos una tendencia cultural a mezclar las relaciones personales con las profesionales.
La paradoja de Abilene nos enseña que nunca está de más validar de nuevo las decisiones tomadas y que si el debate en el equipo no surge espontáneamente, debe ser tarea del líder el provocarlo, generando la confianza y el necesario respeto entre sus miembros para que la crítica constructiva salga a la luz. Evitaremos así el desgaste de un viaje largo y caluroso a … ninguna parte.
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4 comentarios:
Ah! Más cierto que el botijo. En esa nueva cultura humanizada por la que estamos peleando día a día, estas prácticas no tienen espacio. Pero, la duda que siempre me queda, es que el staff directivo nunca desaparecerá por una cuestión de "lógica organizativa" y la perversión de lo aparentemente justo y necesario es también una ley natural... En fin, seguiremos peleando.
Cuidate
Hola José Luis,
Lo curioso del pensamiento de grupo que describe la paradoja de Abilene, es que no es un comportamiento premeditadamente consciente, no obedece a estrategia alguna, ni por parte del líder ni de los miembros del grupo en cuestión. Pero se da con una frecuencia muy alta, no solo en entornos profesionales, sino también a nivel particular. Hay parejas de novios que acaban casándose aunque ninguno de los dos está convencido, debido a la presión que ellos mismos han generado anunciando sus planes de boda. Presión que ninguno de los dos se ve con ánimos de contradecir y que genera una huida hacia adelante que nunca puede dar buen resultado.
En mi vida, dejémoslo en profesional, me he encontrado en esta situación en más que algunas ocasiones. Una vez tuve un socio especialista en generar este tipo de situaciones. Lanzaba propuestas de lo más pelegrinas y enseguida tenía una cohorte que le secundaba. Oponerse era perder el tiempo porque entonces era cuando todo el mundo defendía la propuesta y te quedabas más solo que la una. Lo curioso era que cuando preguntabas a solas a la gente, nadie estaba de acuerdo o por lo menos no sentía el menor entusiasmo. Entonces ¿por qué has apoyado esta tontería? Por no tener que escuchar continuamente que eso es lo que deberíamos haber hecho.
Y es lo que he dicho siempre, un reactivo con poder y criterios mediocre tiene más peligro que una mona con dos pistolas.
Excuso decir que rompí la alianza y ahora paso por ser el apestado.
Una gozada.
La imagen de la mona con las dos pistolas me ha subyugado. Sin palabras me quedo ... Pero es verdad lo que dices. La comodidad también tiene su peso; ser siempre la voz disonante tiene un coste alto y produce desgaste y por otro lado, no todo el mundo tiene madera de héroe ni la fuerza mental suficiente para oponerse a la conformidad silenciosa de la mayoría.
Un abrazo,
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