12 de noviembre de 2013

La satisfacción de elegir





La libertad es uno de los dones más valiosos que nos definen como personas. Es un concepto abstracto sobre cuya definición han debatido filósofos de todas las culturas desde el origen de los tiempos. Pero, simplificando mucho, podríamos decir que es la facultad que tiene el ser humano de decidir y optar entre varias alternativas, incluyendo también la de no elegir.

En las sociedades occidentales valoramos la posibilidad de escoger como algo positivo y deseable, beneficioso en si mismo. Saber que tenemos la opción de poder elegir nos genera bienestar, incluso aunque no hagamos uso de ella. Cada vez que elegimos nos reafirmamos en nuestra condición de seres libres, de individuos únicos. Cada una de nuestras decisiones comunica algo de nosotros y en mayor o menor medida refuerza nuestra identidad y autoestima. Escoger nos da también la oportunidad de construir y definir nuestra personalidad y de ir avanzando en el proceso que media entre lo que somos y lo que deseamos ser. Somos lo que decidimos.

Pero escoger significa asumir un riesgo. Tomar un camino implica renunciar a otro y descartar otras posibilidades que -aunque inciertas- renunciamos a conocer. Y esa sensación de perderse algo que no se sabe si puede ser importante o mejor, puede llevar a la inmovilidad. Todos conocemos personas que son incapaces de tomar decisiones, que revisan constantemente las variables de sus opciones o añaden otras nuevas, simplemente para retrasar el momento de tener que escoger. Elegir bien es una habilidad compleja que requiere método y disciplina mental para saber acotar las opciones y pasar a la acción. Quizás por eso, algunos optan por renunciar a ella y prefieren que sea el destino o la casualidad lo que decida por ellos. O incluso se decantan por la alternativa que más les perjudica, en contra de sus deseos e intereses, como hizo una persona de mi entorno que ganó un difícil concurso-oposición y después, incapaz de decidir sobre los cambios personales que eso suponía en su vida, renunció a la plaza. Y todavía se arrepiente de ello.

Por otro lado, si elegir es bueno, podríamos entender que a más opciones, más satisfacción. Solo de esa forma se explicaría la sobreoferta de productos que hoy en día tenemos en todos los sectores. Teóricamente, con tantas alternativas a nuestro alcance deberíamos sentirnos superfelices, pero ¿es eso así? ¿Produce más satisfacción poder elegir, por ejemplo, entre cincuenta canales de televisión que entre siete u ocho? ¿Nos sentimos así más libres?
El ejemplo anterior no deja de ser banal, pero el mismo fenómeno podemos trasladarlo a cualquier otra situación, incluidos los entornos laborales. ¿Dónde situamos la posición de equilibrio entre información, satisfacción y éxito? ¿Mejora la calidad de nuestras decisiones empresariales de manera proporcional al número de alternativas que valoramos? ¿Podemos elegir cuando las opciones son ilimitadas? Y respecto a nuestros colaboradores ¿aumenta su satisfacción individual y rendimiento en la misma medida que se incrementa su participación en las decisiones de la organización? En ese sentido, hay estudios que demuestran que eso no siempre es así, en especial por el peso que tienen los factores individuales y culturales, el tamaño de la organización y la forma y momento en que se establece el proceso participativo.

Como dice el Profesor Barry Schwartz en su libro The Paradox of Choice, sobre el que podéis ver aquí un interesante vídeo, parece que siempre llega un punto en que a más posibilidades de elegir, peor se sienten las personas; crecen las opciones, pero también las expectativas, que acaban volviéndose inalcanzables y por lo tanto devienen insatisfactorias.

Puede parecer contradictorio, pero si lo pensamos bien en pocas ocasiones solemos necesitar lo extraordinario. Creo que cada uno debe descubrir dónde se encuentra el punto de inflexión en su escala de satisfacción personal, aunque en mi caso la experiencia me demuestra que lo óptimo puede ser enemigo de lo bueno.

3 comentarios:

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

Recientemente he cambiado de coche. Hacía 15 años que no me interesaba por el tema.
Te puedes imaginar el shock para poder decidir.
Impresionante.

Astrid Moix dijo...

Me hago una idea. La oferta en modelos, prestaciones, financiación, planes renove y todo lo demás, apabulla. Pero espero que hayas acertado :)

Javier Rodríguez Albuquerque dijo...

Pues creo que sí, pero hasta en eso te queda siempre la duda de que quizá otra opción podría haber sido mejor.
:)