En los últimos meses he tenido ocasión de participar en algunos eventos sobre los efectos de la internacionalización en los departamentos de Recursos Humanos. Uno de los temas de debate recurrentes ha sido el del rol especialmente decisivo que tienen las personas que lideran proyectos internacionales en el éxito o fracaso del mismo y - de forma paralela- la dificultad de identificar perfiles para esos puestos cuando llevan aparejada una expatriación.
Existen algunos
trabajos académicos que han investigado sobre el marco de competencias adecuado
para esas asignaciones. Uno de ellos es
el que en su momento elaboró la Universidad de Warwick (Global People Competency Framework for effective intercultural
interaction), que nos presenta una larga lista de atributos que van más
allá de lo que normalmente entendemos por empatía o capacidad de adaptación. Saber
identificar personas con esas cualidades no es tarea fácil, porque además también deben
acreditar experiencia y madurez profesional suficiente para tomar decisiones
y asumir riesgos en entornos con menos estructura y recursos de los que
disponen en la sede central. En mi trabajo como consultora suelo utilizar algunas
herramientas de valoración especialmente diseñadas para perfiles
internacionales, que me sirven como base para detectar áreas de desarrollo a
nivel de liderazgo y comunicación. Pero en cualquier caso, las cualidades y aptitudes a valorar deben serlo atendiendo siempre el tipo de
cultura empresarial del país de destino y al rol concreto que esa persona va a
desempeñar en él. No sirve un copiar y
pegar, por más que se trate de un perfil brillante.
Pero el talento,
además de identificarlo y reclutarlo, hay que saber retenerlo. En una posición
internacional hay varios factores relevantes que influyen en esa retención: temas
económicos y de carrera profesional al regreso, pero también aspectos a menudo olvidados, como puede ser
el apoyo a la familia para paliar la sensación de aislamiento que puede
producir una expatriación. Muchas multinacionales incluyen ya programas específicos
de formación o coaching con ese objetivo, pero sería deseable que empresas de
menor tamaño recordaran también que está estadísticamente comprobado que esa
pequeña inversión al inicio revierte con creces en el resultado final de la
asignación internacional.
Finalmente,
también mencionaría que para funcionar bien como una empresa internacional,
sería bueno que en algún momento se identificaran los elementos de la cultura empresarial propia que son trasladables al país
de destino y los que no. Habrá que considerar los aspectos sociales que
determinan la forma de trabajar en el contexto local y encajarlos con los de la
matriz, adaptando todo aquello que sea
necesario, desde programas de formación hasta políticas retributivas,
pasando por sistemas de evaluación del desempeño o planes de carrera
profesional. La verdadera interculturalidad implica, por definición,
interacción. Combinar valores diversos, experimentar otra manera de dirigir y
comprobar que existen otras formas de liderar que pueden ser tanto o más
exitosas que las nuestras. Porque solo así se conseguirá que el proyecto de internacionalización atraiga
e integre el talento local y consolide a largo plazo su futuro.
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